EL HOMBRE DE LA FOTO

Por Juan Antonio Fornasier

Alvarez  miró al hombre de la foto. El hombre de la foto le había enseñado, cuando él era un pibe, qué era La Guardia Imperial.
Lo había llevado, por una inextricable red de colectivos, desde Pompeya a Avellaneda a ver a Racing por primera vez, a principios de los cincuenta.

Eran los viejos buenos tiempos, cuando había tercera, reserva y primera. Esa tarde, en la reserva de Racing jugaron juntos Oreste Corbatta, Antonio Valentín Angelillo y Oscar Coco Rossi, tres pibes que prometían.
Alvarez se recordó a sí mismo asombrado, fascinado por esa multitud rugiente. Volvió a mirar al hombre de la foto. El hombre de la foto le hablaba, siempre en domingo, como si fuera un rito, de las gambetas mágicas de Pedro Ochoa, de la polenta de Marcovecchio, de la jerarquía de Olazar, de las corridas fantásticas de Perinetti, a los que había visto cuando el que era un pibe era él.
El hombre de la foto había sido mozo en el café-bar de Los Angelitos, el mítico restaurante del que Carlos Gardel era habitué, en Rivadavia y Rincón  y donde una vez lo llevó a Ochoita.
El hombre de la foto le hablaba de La Bordadora Vicente Zito y del Chueco García, de Barrera, de José Salomón y Antonio De Mare, de Boyé, Méndez, Bravo, Simes y Sued. Le contaba que había heredado la pasión racinguista de su padre, un gallego anarquista que trabajó en las barracas de Avellaneda.
Le pintaba la asamblea en la que se decidió, por un voto, que la nueva cancha se hiciera en Avellaneda y no en Retiro, en los terrenos que habían sido del Parque Japonés, metro más o menos de donde hoy está el Sheraton.
Mentaba a Luis Carbone, el presidente del club que movió cielo y tierra hasta que consiguió piedra del ferrocarril, la que se pone en las vías, para que el subsuelo de la cancha drenara bien.
Alvarez se acordó cómo festejaron los campeonatos del 58, del 61, del 66. El y el hombre de la foto morían con la inspiración de Corbatta (el Mozart del fútbol, le dijo una vez), eran fanáticos de Pedro Dellacha, de Rogelio Domínguez, de Federico Sacchi, de Perfumo, Cejas, Basile, El Panadero.
Y siguieron al equipo de basquet de Alix que le ganó a los Globetrotters en el Luna, a Aaron Sether cuando jugaba para Racing pelota a paleta, al equipo de hockey que salió campeón en tiempos de Sisco - Menéndez Behety.
Alvarez se acordó del Campeonato del Mundo de 1966, que tuvo que escuchar con una portatil a la que le hacían antena pegando un alambre a un caño porque le tocó la colimba en el 4 de Caballería de Montaña de San Martín de los Andes, en Neuquén.

El hombre de la foto estaba viejo y ya no iba a la cancha, pero le mandaba recortes por carta.
La hinchada seguía atronando con sus cánticos. Otra vez: En el este y el oeste, en el norte y en el sur... Y otra: Una gallina para el puchero, porque mañana tenemos que morfar... Y otra: Racing, mi buen amigo... Alvarez pensó en los aprendices de brujo que habían tratado de explicar el sentimiento de la hinchada de Racing en esos treinta y cinco arios de frustraciones.
Se rió de los boludos que hablaban de acostumbramiento al martirio. ¿Cómo explicar con palabras un sentimiento que se lleva en los huevos, en los ovarios, en el alma, en el corazón?
Claro que la hinchada era protagonista: él mismo se había quedado ronco tragándose la bronca y gritando aunque gane o que pierda no me importa una mierda...
Pensó que ante tanto dirigente ladrón, tanto canalla que en los últimos tiempos llegó al club sólo a robar, la gente se corporizó en Racing. Si el equipo se caía, la hinchada jamás. Amargos son los vecinos. Ese blindaje impenetrable, pensó Alvarez, fue el que salvó a Racing. Se acordó de la tapa de Clarín cuando querían rematar el club, con la foto del pibe llorando y ese título que lo hizo llorar a él: ¿Será verdad que Racing ya no existe?
Alvarez miró al hombre de la foto. El hombre de la foto se había muerto el mismo año que Racing se fue al descenso. Alvarez se dio cuenta de que estaba llorando. El hombre de la foto le había metido a Racing en la
sangre. Eso en la Sangre. El hombre de la foto era su padre.

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