CARLOS ARIEL BORGES DE LA ANÉCDOTA A UN TRÁGICO EPISODIO


Ruben Sosa, Ataulfo Sanchez y Carlos Borges en un vestuario ganador
El Pepe Urrusmendi se hizo acreedor a una mención en Bendita TV, porque cuando le nombraron a Borges (el escritor) dijo que Borges fue un puntero izquierdo formidable. Más memorioso que Funes, el Pepe recordó al "Lucho" Carlos Borges, que fue el goleador de Uruguay en el Mundial del 54. Jugó 14 años en Peñarol, del 46 al 60, salió Campeón de América con la aurinegra y pasó a Racing de Avellaneda, donde obtuvo el título de Campeón Argentino, en 1961, no solamente eso sino que un día le hizo un gol a Boca en la misma Bombonera para Racing 1 Boca 0.

Dos años después naufragó en el Río de la Plata y vivió una peripecia digna de un cuento de Jorge Luis Borges.
El 10 de julio de 1963, la Prefectura Nacional Naval autorizó al Vapor de la Carrera "Ciudad de Asunción" a zarpar del puerto de Montevideo hacia Buenos Aires, pese a que Meteorología anunciaba "cielo cubierto y nuboso con tormentas y lluvias aisladas". De acuerdo a las inspecciones efectuadas en el barco estaba todo bien y el mal tiempo no impediría la travesía.
Hoy no se sabe a ciencia cierta cuántos pasajeros iban a bordo, porque con la desaparición del rol, nunca se pudo comprobar una supuesta sobreventa de pasajes, por lo tanto no se sabe tampoco cuántos murieron, unas fuentes dan la cifra 63, otras 76... Lo cierto es que el "Ciudad de Asunción chocó con el casco de otro buque hundido años antes. Se produjo un incendio que consumió la embarcación desde la sala de máquinas y toda la tripulación que fue alertada y se atrevió a hacerlo, se arrojó al mar, donde naufragó sin botes salvavidas (porque no pudieron desprender más de uno), sumergidos en el mar en una noche con tres grados bajo cero. Entre los milagrosos sobrevivientes estuvo el puntero zurdo de la celeste, Carlos "Lucho" Borges, quien se aferró a un banco de madera para salvar su vida y también rescató de las aguas a un niño de siete años, cuya madre había arrojado desde cubierta pidiendo que no le dejaran morir.
Entrenamiento en el Cilindro primer plano Pizutti, Murúa y Borges
Al principio todo iba normal, como siempre, en el clásico Vapor de la Carrera. Lucho Borges cenó con una familia uruguaya, orgullosa de encontrarse en el viaje con el ídolo y poder contarle al hijo de ellos las hazañas del Lucho, con la Selección y sobre todo con Peñarol, del que eran hinchas. Después el futbolista académico se fue a su camarote, que compartía con un muchacho uruguayo llamado Juan Carlos. Pero Lucho no podía dormir, por el movimiento del barco y su crujir, en medio de la tormenta. Se puso a leer el diario, pero llegó un momento en que el balanceo no me le permitía fijar la vista en las letras. Estaba sentado en la cama, con ropa interior solamente y descalzo, cuando a las 3 de la madrugada escuchó un gran estruendo y sintió que el barco se iba inclinando hacia un costado, mientras la luz se tornaba cada vez más tenue. Cayó al piso y se encontró con el salvavidas que estaba debajo de la cucheta. Su compañero dormía profundamente. Trató de despertarlo a los tirones, pero éste le respondió: "Dejame dormir tranquilo". "¨¡Levantate que nos estamos hundiendo!" -le gritó Lucho-. Pero el otro no podía ni despegar los ojos:. "¡Estás loco, dejate de soñar! ¡Prendé la luz!" Pero la luz ya no prendía. Corrieron a cubierta. No había nadie, pero vieron cómo el buque se estaba inclinando en medio de la densa niebla que no dejaba ver mucho. Bajaron inmediatamente para dar aviso y enseguida ya había muchas personas en cubierta, pero nadie sabía qué había o estaba pasando. Los tripulantes no decían nada, salvo un marinero que con bayoneta en mano les pidió a los pasajeros se ubicaran del lado opuesto a la inclinación de la nave. Una hora después, mientras la mayoría cavilaba cómo hacer en caso de emergencia, sucedió lo inesperado. Se produjo una explosión y de inmediato comenzaron a brotar llamas en la sala de máquinas. La gente se enloqueció. Algunos comenzaron a querer desprender los botes salvavidas, pero estaban como pegados y no pudieron, salvo uno. Entonces comenzaron a tirar al agua bancos, cualquier madero, todo lo que flotara. Muchos no esperaron que los maderos llegaran al agua y se lanzaron desesperados al río. Muchos perecieron. Cuando Lucho Borges se tiró lo hizo al lado de un banco que poco antes había arrojado un grupo desde cubierta. Y se prendió de él cuando ya una docena de personas lo había hecho. Una mujer se asomó por cubierta y tiró a su hijo de siete años a la vez que gritaba: "¡Por favor, no dejen morir a mi hijo!", dirigiéndose al grupo de Lucho, que no sabía nadar.
Por unos segundos todos se mantuvimos aferrados al banco, hasta que al comprobar que nadie se movía, y pese a no saber nadar, Lucho se animó y salió en búsqueda del chico porque éste ya no podía sostenerse. Estaba a unos diez metros del banco. Lucho logró, con la ayuda de dos mujeres, traerlo, y sujetarlo al banco. Cuando miraron hacia la cubierta del barco, en búsqueda de aquella mujer, ya no la vieron. Poco después moriría presa de las llamas.
La corriente los fue llevando, el frío era insoportable. En el agua hacía cinco grados bajo cero. Las horas fueron pasando pero las consecuencias siguieron siendo tremendas. Una a una murieron cuatro personas que iban aferradas al madero. Se veía flotar cuerpos, especialmente de mujeres, niños y ancianos. Lucho Borges en ese momento se mantuvo lúcido, pero después pagó caras las consecuencias.
Estuvieron muchas horas en el agua. Cuando amaneció la situación no varió demasiado, porque la niebla seguía. Finalmente sintieron ruidos y aunque querían gritar pidiendo auxilio, no pudieron, porque las mandíbulas, como el resto del cuerpo, estaban duras. Pero vieron el barco, era el King, un patrullero de la armada argentina que había sido, entre otros, asignado al rescate. Los subieron a bordo y de inmediato les dieron frazadas y los pusieron junto a las calderas del barco hasta que fueron reaccionando. Tomaron mucho caldo caliente y les dieron carne en pancitos como refuerzos. Lucho se comió una docena. Luego salió en la búsqueda del niño. No sabía a dónde lo habían llevado y en sus oídos resonaba aquel pedido de la madre. Lo encontró en medio de gritos y quejidos. Estaba en una cama, bien tapadito, pero tenía mucho frío. Le dio masajes en la mandíbula y de comer. Cuando estaba en eso, apareció un hombre angustiado buscando a su hijo. Lucho le indicó donde estaban los chiquilines, pero quiso el destino que al que buscaba era al que cuidaba él. Se abrazaron los tres llorando...
Horas más tarde los llevaron al puerto de La Plata y allí, tras identificarlos, les dieron ropas y a Borges lo llevaron a la sede de Racing. Era de tardecita y el plantel estaba entrenando. Cuando el médico lo vio le dijo a Lucho que de ninguna manera podía practicar esa tarde. Pero el uruguayo no le hizo caso. Salió a correr por la cancha, pero no bien iba circunvalándola, hasta que cayó desmayado.
Cuando despertó habían pasado varios días. Su recuperación se hizo lenta, extremadamente lenta. Le dieron licencia médica y se vino a Montevideo, junto a su familia. Fue empeorando; aquel trance parecía no poder superarlo. Lo tenían que ayudar hasta a cruzar la calle porque tenía pánico. No se animaba a andar solo y mucho menos a subir a un ómnibus. Todo resultaba un gran sacrificio. Los esfuerzos de la familia y de los médicos que lo atendieron, permitieron que se fuera recuperando y así, poniendo gran empeño, pudo volver al fútbol pero, ya nunca fue el de antes.... Aunque en la historia quedará siempre el esplendor de sus hazañas, cuando le hizo tres goles a Escocia en el Mundial del 54 y cuando los aurinegros lo consagraron como ídolo con incontables campeonatos y Racing de Avellaneda lo recuerda como al héroe que le dio hace cuarenta y cinco años, la penúltima consagración nacional argentina de los académicos.

Juan Antonio Fornasier

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