Ruben Sosa, Ataulfo Sanchez y Carlos Borges en un vestuario ganador |
Dos años después naufragó en el Río de la Plata y vivió una peripecia
digna de un cuento de Jorge Luis Borges.
El 10 de julio de 1963, la Prefectura Nacional
Naval autorizó al Vapor de la
Carrera "Ciudad de Asunción" a zarpar del puerto de
Montevideo hacia Buenos Aires, pese a que Meteorología anunciaba "cielo
cubierto y nuboso con tormentas y lluvias aisladas". De acuerdo a las
inspecciones efectuadas en el barco estaba todo bien y el mal tiempo no
impediría la travesía.
Hoy no se sabe a ciencia cierta cuántos pasajeros iban a
bordo, porque con la desaparición del rol, nunca se pudo comprobar una supuesta
sobreventa de pasajes, por lo tanto no se sabe tampoco cuántos murieron, unas
fuentes dan la cifra 63, otras 76... Lo cierto es que el "Ciudad de
Asunción chocó con el casco de otro buque hundido años antes. Se produjo un
incendio que consumió la embarcación desde la sala de máquinas y toda la
tripulación que fue alertada y se atrevió a hacerlo, se arrojó al mar, donde
naufragó sin botes salvavidas (porque no pudieron desprender más de uno),
sumergidos en el mar en una noche con tres grados bajo cero. Entre los
milagrosos sobrevivientes estuvo el puntero zurdo de la celeste, Carlos
"Lucho" Borges, quien se aferró a un banco de madera para salvar su
vida y también rescató de las aguas a un niño de siete años, cuya madre había
arrojado desde cubierta pidiendo que no le dejaran morir.
Entrenamiento en el Cilindro primer plano Pizutti, Murúa y Borges |
Por unos segundos todos se mantuvimos aferrados al banco,
hasta que al comprobar que nadie se movía, y pese a no saber nadar, Lucho se
animó y salió en búsqueda del chico porque éste ya no podía sostenerse. Estaba
a unos diez metros del banco. Lucho logró, con la ayuda de dos mujeres,
traerlo, y sujetarlo al banco. Cuando miraron hacia la cubierta del barco, en búsqueda
de aquella mujer, ya no la vieron. Poco después moriría presa de las llamas.
La corriente los fue llevando, el frío era insoportable. En
el agua hacía cinco grados bajo cero. Las horas fueron pasando pero las
consecuencias siguieron siendo tremendas. Una a una murieron cuatro personas
que iban aferradas al madero. Se veía flotar cuerpos, especialmente de mujeres,
niños y ancianos. Lucho Borges en ese momento se mantuvo lúcido, pero después
pagó caras las consecuencias.
Estuvieron muchas horas en el agua. Cuando amaneció la
situación no varió demasiado, porque la niebla seguía. Finalmente sintieron
ruidos y aunque querían gritar pidiendo auxilio, no pudieron, porque las
mandíbulas, como el resto del cuerpo, estaban duras. Pero vieron el barco, era
el King, un patrullero de la armada argentina que había sido, entre otros,
asignado al rescate. Los subieron a bordo y de inmediato les dieron frazadas y
los pusieron junto a las calderas del barco hasta que fueron reaccionando.
Tomaron mucho caldo caliente y les dieron carne en pancitos como refuerzos.
Lucho se comió una docena. Luego salió en la búsqueda del niño. No sabía a
dónde lo habían llevado y en sus oídos resonaba aquel pedido de la madre. Lo
encontró en medio de gritos y quejidos. Estaba en una cama, bien tapadito, pero
tenía mucho frío. Le dio masajes en la mandíbula y de comer. Cuando estaba en
eso, apareció un hombre angustiado buscando a su hijo. Lucho le indicó donde
estaban los chiquilines, pero quiso el destino que al que buscaba era al que cuidaba
él. Se abrazaron los tres llorando...
Horas más tarde los llevaron al puerto de La Plata y allí, tras
identificarlos, les dieron ropas y a Borges lo llevaron a la sede de Racing.
Era de tardecita y el plantel estaba entrenando. Cuando el médico lo vio le
dijo a Lucho que de ninguna manera podía practicar esa tarde. Pero el uruguayo
no le hizo caso. Salió a correr por la cancha, pero no bien iba
circunvalándola, hasta que cayó desmayado.
Cuando despertó habían pasado varios
días. Su recuperación se hizo lenta, extremadamente lenta. Le dieron licencia
médica y se vino a Montevideo, junto a su familia. Fue empeorando; aquel trance
parecía no poder superarlo. Lo tenían que ayudar hasta a cruzar la calle porque
tenía pánico. No se animaba a andar solo y mucho menos a subir a un ómnibus.
Todo resultaba un gran sacrificio. Los esfuerzos de la familia y de los médicos
que lo atendieron, permitieron que se fuera recuperando y así, poniendo gran
empeño, pudo volver al fútbol pero, ya nunca fue el de antes.... Aunque en la
historia quedará siempre el esplendor de sus hazañas, cuando le hizo tres goles
a Escocia en el Mundial del 54 y cuando los aurinegros lo consagraron como
ídolo con incontables campeonatos y Racing de Avellaneda lo recuerda como al
héroe que le dio hace cuarenta y cinco años, la penúltima consagración nacional
argentina de los académicos.
Juan Antonio Fornasier
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